UN VIAJERO EN EL CAMINO

En mi viaje conocí a muchas personas, uno de ellos es Don Aurelio quien me enseñó que para no marchitarse hay que estar en movimiento. A don Aurelio le gusta viajar de pueblo en pueblo para conocer. Se ha ido de Orizaba a Hidalgo y de Puebla a Nayarit.

En su casa nadie lo espera. Su esposa murió y sus hijos se casaron, por eso cuando llega piensa: "¿Pues quá hago aquí solo?". Y entonces se baña, come algo, descansa un poquito y se vuelve a ir a la calle, a la central de autobuses más cercana para escapar de su asfixiante soledad.

Tiene 74 años y vive en una casita allá en Huajuapan de León, porta un sombrero de palma, camisa y pantalón de vestir, usa lentes aunque, según él, ve bien sin ellos. Los años se le han acumulado particularmente en la espalda y las rodillas. La artritis no le permite estar sentadopor mucho tiempo, tiene que pararse por ratos y caminar unos pasos.

Su andar encorvado y lento no refleja la agilidad de su charla. Cuando de su boca emanan anécdotas, historias o recuerdos, es capaz de cautivar a varios que atentos escuchan su palabra.

Tiene la mirada triste, como la de aquellos hombres que han visto de todo y que a veces desean quedarse ciegos para descansar de tantas formas y colores.

Ahora espera el autobús que va a Pinotepa, va a visitar a su hija y de equipaje no lleva más que su pañuelo rojo.

Me gustaría ser un eterno viajero como don Aurelio, pero en vez de dejar a mi amarga soledad en la casa, me la llevaría conmigo, aunque el equipaje pesara un poco más, para abandonarla en un paraje solitario, alejado de la mano de Dios y no volver a saber de ella nunca más.

Es cierto que ahora mi soledad tiene buen sabor pero creo que cuando empiece a amargarme será momento de deshacerme de ella.

Por lo pronto en mis viajes abriré bien los ojos para saber en donde la dejaré y regresar allí cuando cumpla 74 años o la soledad me pese, lo que suceda primero.

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