Anónimos en la oscuridad.

Hace poco unos brazos ajenos me acariciaron,
la lengua de un desconocido entró en mi boca
y su excitación se restregó en mi cuerpo.

Todo pasó hace unos días
cuando me puso contra las cortinas cerradas de los negocios del centro.

Todo pasó porque mi cintura, mis nalgas,mi boca y mis pechos
estuvieron dispuestos, en celo.

Ahí, con la dilatación en los ojos y en el sexo,
íbamos a poseernos amistosamente de no ser por el rumor alcoholizado
acercándose hacia nosotros.

No hay nada mejor para conocer a alguien
que involucrarlo en onanismos eróticos.

Hoy, ya nos conocemo un poco mejor,
aunque no es seguro que volvamos a vernos.

Un lugar en medio del cerro.


Hay veces que la tierra coquetea muy de cerca con el cielo, hasta parece que se acarician mutuamente. Montañas, cerros o colinas crecen impacientes como queriendo alcanzar aquella cortina azul. Su romance es bendecido por un hálito olor a café y la Luna alcahueta los protege en la oscuridad contra los corazones envidiosos.

Pasa, también a veces, que aquellas montañas se fusionan con el hombre a través del tempo dado por la danza y el canto. Un canto ejecutado en voz e instrumento y una danza multitudinaria de piernas, palmeras, flores, aves, incluso de relieves que ritualizan para los dioses hasta dejarse amanecer por el Alba de Tlachicometis.

Pero existe otro tipo de danza, la que se da en lo cotidiano, una que hace música y da de comer: podemos escuchar cómo bailan las cañas entre los pliegues del trapiche que rechina conforme exprime al máximo el néctar de la fruta; cómo después el dulce brincotea entre hervores gracias a las brasas y cómo se apacigua al ser vaciado en los moldes que le dan forma de panela.

Envueltas en su propia danza podemos encontrar a las cerezas del café que retozan sobre las planchas en las que son lavadas y procesadas hasta dejarlas listas para el tueste.

En las casas del pueblo o en los caminos más inhóspitos seres de humo o de carne o de yerba ejecutan sus propios cantos, sus propios recorridos y sólo unos cuantos, ajenos a todo eso, son los afortunados de percibir tan maravilloso espectáculo.

Los cerros con su húmedo follaje y el cielo, perennes testigos de aquellos recitales, a veces paralelos, a veces convergentes, dan cuenta del pasado, el cual se aloja en sus cuevas donde el eco ancestral es más nítido y constante. Esos silenciosos observadores han visto nacer al prócer Úrsulo Galván, han ayudado a renacer la vida de sus tierras y han dado de comer por generaciones a los veracruzanos de Tlacotepec.

Pruebo un tlatonile ―guiso de pollo acompañado por un mole de chiles secos, semillas de pipián molidos en metate― junto con un atole de capulín y espero con ansias que ya sea de mañana para presenciar la danza del Alba de Tlachicometis que ni los más ancianos saben cuándo empezó porque desde que recuerdan siempre ha existido. Eterna como la tierra y los vientos, como el propio pueblo de Tlacotepec de Mejía.

Falta de salud

Desde que él se fue la enfermedad se ha apoderado de nosotros. Nos deja tranquilos un tiempo pero luego regresa, por eso no hemos salido de hospitales, consultorios o laboratorios y no se ha diluído la incertidumbre reflejada en lágrimas infantiles que brotan de mis ojos.

El virus que ha invadido mi cuerpo, por ejemplo, aún no está clícicamente diagnostiado pero sus síntomas son ya evidentes, es un virus huidizo, intermitente y por eso más peligroso. Un virus del que hoy no quiero hablar.

Vivíamos circunscritos por una especie de cerco estelirizado que impedía se colara la enfermedad. Hoy la tenemos y de todos tipos e intentamos mantenerla a raya. Lo bueno es que, en algunos casos, hemos podido eliminarla o por lo menos nutralizarla.

Desde que él se fue hace casi siete meses ya nada siguió por el mismo camino, nos ha hablado en sueños a varios de nosotros pero no he tenido la oportunidad de preguntarle cómo hacer para aliviar la falta de salud. Ahora que es omnipresente debe tener respuesta a muchas de las preguntas que tenemos acá abajo.

Señor que la enfermedad se aleje para nunca regresar.