Me compañaba la Luna.

Me acompañaba la Luna, esa sólo me deja cuando hay noche nublada, se duerme un ratito para dejar que las nubes le den de comer a los ríos y de beber a la tierra, pero esa noche ´staba bien clarito el cielo y aquella toda redonda nomás veía pa´bajo. Mientras estuve adentro, se quedó quieta alumbrando el jardín y cuando salí, empezó a caminar conmigo chifle y chifle su tonada de grillos. Así es ella, le gusta cantar a soplidos.

La aluminada y la canción me apaciguaban el llanto, pero cuando la sonza le caminó atrás de unos cerros dejándome en penumbra y sin música, que se me empiezan a chorriar los ojos. Por más que me restregaba el agua con las manos, seguía sale y sale, y sentía cómo el cogote se me abría y se me cerraba.

No es malo llorar, pero cuando el dolor es tan grande como el que yo traiba en esos momentos, se corre el peligro de hacerse todo lágrimas. No me hice lágrimas, aunque debía haberme pasado, porque la Luna regresó, se volvió a ir, regresó otra vez y yo seguía chillando sin poder parar. Ya sin fuerzas para seguir caminando, me senté a un lado del camino a esperar que me llegara el consuelo, aunque fuera nomás esa noche… Y llegó. Diospadre me lo mandó y pude levantarme, ya seca de los ojos, agarrar rumbo pa´mi casa.

No me había fijado que las calles del pueblo se asilencian cuando uno´stá triste. Ha de ser que ellas se ponen serias pa´ mostrar respeto a los dolientes o a lo mejor es que uno cierra las orejas y todos los hoyos del cuerpo pa´ no dejar entrar a su alma más tristezas.

Llegué a mi casita, y mero en la entrada, voltié para el cielo a despedirme de la Luna que empezaba a taparse con vapor de nube. Somos como primas, nomás que ella es güera y yo tengo la piel besada por el Sol. Nos despedimos a miradas y entré a mi casa, que ´staba más oscura que otras noches.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.

Debo confesarles que padezco una paranoia engrandecida hacia todo y hacia todos, por esa razón evito a toda costa mostrar en este espacio indicios de quien soy yo en la vida real: de mi quehacer, mi estado civil, mi lugar de residencia y algunos otros datos, no vaya ser que un perverso delincuente, de esos que proliferan en la viña del Señor, entre a este humilde blog y me considere presa fácil de sus inmundos actos gracias las palabras aquí regadas.

Pero, afortunadamente, esta “Salida de Emergencia” es escasamente visitada, ya sea por los temas, las ideas o las formas aquí tratadas y eso me ha dado, hoy día, la confianza de verter en los siguientes párrafos algunos acontecimientos que me han ocurrido y que exigen ser expulsados en forma de palabras.

Nunca he sido buena en esto de la prosa, es claro mi pobre vocabulario, mi falta de destreza en la construcción palabrar; pero, a pesar de mis evidentes carencias literarias, deseo hablarles un poco sobre mí, al amparo de la idea de que estas confesiones no serán leídas por alguien que trabaje en un complejo plan para destruirme.

Antes de iniciar con mi relato, deseo externar algunos agradecimientos a quienes me han dado pistas para hacerme de buenas lecturas:

En primer lugar agradezco a Toño Barbas quien fue el mediador para acercarme al impresionante trabajo de autores nacionales como Fernando Benítez, Salvador Elizondo y José Luis Martínez; gracias también a mi tocaya de nombre y signo (estoy convencida de que la configuración de los astros en el momento de mi nacimiento tuvo mucho que ver con la constitución de mi carácter, no así en lo que anuncia Mizada o los periódicos) por recomendarme leer a Albert Camus de quien he extraído lecciones para mi existencia; gracias también a “mi colega” que me ha hecho ver el lado bueno de Fadanelli y el lado malo de José Agustín y, sobre todo, gracias a mi maestro Eduardo Andión por incitarme a llegar a la primigeneidad de las ideas, cuando aquella vez que yo le hablaba del modelo rizomático, él me llevó en retroceso hasta los conceptos de Spinoza.

Una gran reverencia de agradecimiento a la biblioteca Dr. Ramón Villarreal Pérez por permitirme grandes enseñanzas a través de sus libros y brindarme silencios para mis lecturas. Gracias por regalarme para siempre a Dostoivski quien ha marcado mi pensamiento y mi actuar en la vida y por ampliarme el panorama en la obra del erudito Edgar Morín.


Si he crecido mínimamente en estos años, ha sido gracias a mi licenciatura y a todo lo que de ella emana.

Que la vida me permita seguir aprendiendo aunque mi ser no se encuentre en este estado molecular.

De lo inevitable.

Soy un hombre ignorante. La ignorancia se me chorrea por todos los orificios dejando un rastro amarillezco detrás de mis andadas. Se seca rápido. A veces nadie alcanza a verlo porque este Solazo se lo chupa desesperado. Pero yo lo conozco, sé cómo es ese desperdicio y a qué huele; y no, no es grato verlo ahí regado.

Al principio creí que acabaría un día, que la ignorancia saldría por completo de mi cuerpo para perderse entre vapores lejanos, pero han pasado los años y ahora sé que no tiene fin. Ahora sé que llegará un momento en que ese flujo y yo, nos haremos uno allá abajo en la tierra.

Hace mucho tiempo, intenté borrar por completo mi ignorancia: estudié, leí, debatí y no lo niego, llegué a pensar que se había ido. No se hizo presente en varios años; pero un día, cuando mi esfuerzo me había traído conocimiento nuevo, reciente; apareció la maldita con un chorro más poderoso y un olor más pestilente. Está de más decir que luché contra ella echando mano de todos mis recursos, suena absurdo apelar a ese esfuerzo inútil porque ahora me encuentro más podrido que nunca.

Ahora ya estoy hecho agua y parece que el Sol está por comerme.

De la lluvia

- No tengo ropa de lluvia, me empeñé en llenar mi clóset con faldas vaporosas, blusas ligeras y sandalias de todos colores que no repelen las gotas.

- No uso maquillaje contra agua, si el cielo me quiere de cara lavada que así sea.

- No peino mi cabello con secador, espero que el viento y la lluvia lo acomoden caprichosamente.

- No le huyo a los charcos, los autos avanzan despacio para no mojarme.

- No meto la ropa tendida, que la agüita la acabe de enjuagar.

- No cierro las ventanas de mi cuarto, quiero que el olor a tierra mojada me despierte.

- No le temo a la lluvia, hoy sé que sólo es agua con uno que otro rayo escandaloso.

Miren... ya está lloviendo.