Mujer Originaria.

Conocí de tí mujer originaria
el significado de tus metáforas,
la importancia de tus luchas,
el valor de tu palabra.

Me enriquecí de tu paciencia,
del amor con el que te consagras,
de tu armonía con la tierra, con el agua.

Miré con ojos grandes tu fortaleza de india
que crece en los patios, los caminos, la cocina,
esa fortaleza que contagias a tus hijos
la que a veces cobra sangre pero avanza como el río.

Que Dios te bendiga morenita,
que sepan todos de tu vida.
que veas realizarse la justicia que clamas
y que el mundo entero te de la bienvenida.

Pobre de aquel que te cree débil
la infinita ignorancia lo embarga.
Porque no he conocido mujer más fuerte
que aquella que se sabe originaria.

Me acompañaba la Luna (última entrega).

La oscuridad de la casa me abrazó y yo me quedé mirando la luz lunar que se colaba por entre las tablas. Hacía que las cosas parecieran más brillantes de lo que eran: mi jarrón, el metate, los ayates, y la leña amontonada agarraban un color diferente. Viendo a la Luna regarse así por las rendijas de mi casa, empecé a figurarme que así se veía la luz por adentro de la caja de los muertos. Esos rayos de luz han de ser brazos largotes que se pescan de la caja, que la invaden diría yo, para no dejar ir lo que ya se ha ido. Y es que cuando la caja está ya tupida de tierra y la luz ya no puede entrar ahí, uno sabe que hasta ahí llegó el encuentro con el difunto.

Me acordé cuando los sabios dicen que nomás el cuerpo se queda abajo y que el espíritu, lo mero importante, sigue por los años junto a nosotros. Pero esas palabras no me consolaban. Pensar que ese hombre grandote, de espaldas anchas quedaría para siempre bañado de tierra me llenaba de tristeza. Que sus brazos morenos no me volverían a abrazar, que sus labios gruesos no me volverían a besar, que su sudor no me volvería a mojar… ¡Diospadre! ¿Por qué me lo quitaste? Éramos buenos juntos.

Le lloraron, le platicaron, le cantaron… pero al final lo enterraron. Y cuando se acabaron los rosarios yo me quedé más sola que la flor en el desierto. Uno había de estar preparado para estas cosas. Tener una yerba especial que cure de un tajo la soledad y la tristeza juntas porque hasta ahoy, ni los curanderos más expertos las curan de a una vez. Y a mí lo que me urge es el consuelo perpetuo.

¡Qué se me cierren los ojos Diospadre, que se me cierren y ya no se me vuelvan a abrir! ¡Que la cobija de tierra con la que cubrieron a mi viejo me tape a mí también! ¡Que nos duérmamos abrazados, calientitos como otras noches aunque la Luna ya no nos alumine!