ALGUNOS AÑOS DESPUÉS

Hace algunos meses alguien me preguntó ¿quién te enseñó a besar así, quién te enseñó a tocar así? La respuesta a aquel cuestionamiento fue una sonrisa, cuyo verdadero significado es el siguiente:

"Nadie me enseñó grandísimo idiota, yo solita aprendí, yo solita gracias a que he andado por la vida repleta de sorpresas, factores, experiencias, desazones, y por supuesto con su manada de individuos que tienen lenguas y labios y que muy dulcemente utilicé para mis experimentos".

Desde el verano no beso a nadie, desde el verano nadie me besa o viceversa, pero sé que cuando ocurra ocupará un lugar en mi memoria, en el archivo de “besos memorables”.

Así será porque así lo he decidido.

QUIETECITO, QUIETECITO.

Sentados en la banca de un parque ella y él permanecen juntos con el Sol del atardecer bañando sus rostros. Se besan apasionadamente y entonces ella le dice: "Quédate quieto, no te muevas, yo te beso pero tú no te muevas". Toma su rostro con las dos manos, lo besa quedo, despacio, apenas rozándolo, después lame sus delgados labios y le araña suavemente la cara, entonces él abre la boca e intenta besarla desesperadamente. "Qué no te muevas te dije"- dice ella- "Pero eso es muy cruel, no me puedo quedar quieto si me besas así"- responde él.

Resulta divertido ver cómo aquel pobre hombre es obligado a permanecer quieto mientras una boca, una lengua y dos manos realizan movimientos estratégicos que hacen hervir su sangre.

Ella fantaseaba en aquel entonces con usurpar la quietud del durmiente, con provocarlo, incitarlo, actuar como una fuerza externa que lo hiciera perder el equilibrio.

A veces es divertido jugar con marionetas de carne y hueso.

EL BESO EN EL COLUMPIO

Pasarían algunos años más para que mi cuerpo volviese a experimentar la sensación del primer beso, nomás que corregida y aumentada. Aquel beso fue la culminación de una larga faena de cortejo.

Una típica escena de telenovela: la mujer meciéndose en el columpio mientras el hombre la observa taciturno casi hipnotizado; ella lanzándole miraditas hasta que él, completamente enamorado, se arrodilla frente a ella para besarla dulcemente en los labios.

Supongo que la experiencia que adquirí años atrás tuvo algo que ver, supongo que el haberme dejado conquistar tuvo algo que ver, supongo que su caballerosidad, su ternura, sus atenciones para conmigo tuvieron algo que ver… supongo que el sentirme enamorada tuvo algo que ver.

No sé de cierto cuáles fueron los factores que me llevaron a ese momento pero sin duda, fue una de las cosas más maravillosas que he sentido: el tiempo se detuvo, todos los sonidos se silenciaron para que sobre la tierra no se escuchara nada más que nuestra respiración, el fluir de las salivas y nuestra sangre corriendo por las válvulas cardiacas. Nada externo a nosotros importó más.

Desde entonces aprendí que los besos acercan a las personas al grado de acortar distancias kilométricas. Así me sentí en aquel momento: cerca de él y cerca del cielo.

MI PRIMER BESO

Creo que esa fue una de las grandes decisiones que he tomado en la vida.
Un amigo me dijo: “Dice Alfredo que te espera atrás de los talleres”. Le pedí a mi amigo el de los recados que me acompañara, anduvo conmigo unos pasos pero después dijo: “Yo ya me voy”, y me dejó ahí parada en seco sin saber qué hacer. Definitivamente pude haber decidido regresarme junto con él y olvidarme del tal Alfredo, pero decidí continuar caminando.

Ahí iba yo con mis piernas temblorosas pero avanzando.

Cuando llegué “atrás de los talleres”, estaba él sentado con la mirada fija en el pasto. Al acercarme se levantó y se me quedó viendo con sus ojotes verdes, me tomó de la mano y creo que me dijo que le gustaba, entonces se acercó a mí y yo apreté los labios como evitando ser usurpada. Él se apartó ligeramente y me dijo: “te da pena ¿verdad?” y yo asentí con la cabeza. “No, no te pongas nerviosa”- continúo- y entonces volvió a acercarse para plantarme despacito un beso. Sintió que temblaba: “tranquila, no pasa nada”.

Desde ese momento ya no recuerdo más palabras, ni sonidos, ni imágenes, únicamente sensaciones, las sensaciones que se pueden experimentar sólo con la inocencia de los 12 años o con el velo que cubre los ojos y la razón de los que aman. Sentía como que las tripas se me movían presurosamente; estaba débil, muy débil; había hormigas avanzando por todo mi cuerpo, de arriba a abajo y de abajo a arriba; el corazón bombeaba recio; se me hizo como un nudo en la garganta… Experimentaba algo nuevo, algo que nunca antes me había ocurrido: mi primer beso.

Recuerdo que después de ese día, me encontraba con gente besándose en la tele o en la calle y pensaba orgullosa y satisfecha: “yo ya sé lo que se siente”.

¿QUIÉN HABRÁ INVENTADO LOS BESOS EN LA BOCA?

¿Quién habrá inventado los besos en la boca? ¿A qué ser tan inteligente se le ocurrió que con el contacto de dos bocas se demostraba la pasión, la atracción o simplemente el amor?

¡Pero por supuesto!, fue el propio cuerpo humano, fue el instinto, la inercia. Fue la sabia madre naturaleza quien decidió obsequiarles a sus hijos orales semejante placer.

Es increíble lo que una boca y una lengua pueden provocar.

En mi caso hay besos que he de recordar por siempre:

UN SOMBRERO DE PALMA

Le compré un sombrero para cuando se vaya a echar sus pulques. Se le ve bien, tiene la cabeza un poco grande pero si le entró. A mí me sirvió para cuidarme del Solesote de Corralero y a él para vestirse de aire campirano cada que se le antoje.

Tiene 42 años y apenitas cumplió 25 años de casado, en sus ojos se le nota el amor por su señora, las ganas de vivir y el orgullo que siente por sus chamacos. Apenas se le recibió una ingeniera, y si vieran cómo se le llena todo el cuerpo de orgullo cada vez que mira la foto de generación de la susodicha con toga, birrete y todo el demás numerito.

Ha andado derechito por la vida, lo más derecho que puede andar un hombre que tuvo que vender periódicos para comparse su uniforme de la escolta en la primaria; que vio cómo ese señor grandote y de manos gigantes, su padre, golpeaba a su mamá por cualquier cosita; que tuvo que convertirse en padre de familia a los 17 años; que experimentó la desesperación del desempleado y que ahora, sólo puede sentirse agradecido y feliz por todo lo que le ha dado la vida.

Ese es mi pá, quien apenas ayer me dijo: "Ya hubiera querido tener yo los pantalones que tuviste para irte de viaje sola sin saber ni dónde llegar".

Que ese Señorón me haya dicho que tenía pantalones, es el halago más significativo y más bello que he recibido en toda mi vida.

Mi historia con él es larga, un cuarto de siglo en el que han ocurrido cosas chistosas, agradables, fuertes, etc, etc. Ojalá pueda plasmarlas aquí más adelante. Por lo pronto, solo puedo sentirme bendecida por Dios (una vez más) por haberme elegido un papá como el mío. ¡Me rayé!

UN VIAJERO EN EL CAMINO

En mi viaje conocí a muchas personas, uno de ellos es Don Aurelio quien me enseñó que para no marchitarse hay que estar en movimiento. A don Aurelio le gusta viajar de pueblo en pueblo para conocer. Se ha ido de Orizaba a Hidalgo y de Puebla a Nayarit.

En su casa nadie lo espera. Su esposa murió y sus hijos se casaron, por eso cuando llega piensa: "¿Pues quá hago aquí solo?". Y entonces se baña, come algo, descansa un poquito y se vuelve a ir a la calle, a la central de autobuses más cercana para escapar de su asfixiante soledad.

Tiene 74 años y vive en una casita allá en Huajuapan de León, porta un sombrero de palma, camisa y pantalón de vestir, usa lentes aunque, según él, ve bien sin ellos. Los años se le han acumulado particularmente en la espalda y las rodillas. La artritis no le permite estar sentadopor mucho tiempo, tiene que pararse por ratos y caminar unos pasos.

Su andar encorvado y lento no refleja la agilidad de su charla. Cuando de su boca emanan anécdotas, historias o recuerdos, es capaz de cautivar a varios que atentos escuchan su palabra.

Tiene la mirada triste, como la de aquellos hombres que han visto de todo y que a veces desean quedarse ciegos para descansar de tantas formas y colores.

Ahora espera el autobús que va a Pinotepa, va a visitar a su hija y de equipaje no lleva más que su pañuelo rojo.

Me gustaría ser un eterno viajero como don Aurelio, pero en vez de dejar a mi amarga soledad en la casa, me la llevaría conmigo, aunque el equipaje pesara un poco más, para abandonarla en un paraje solitario, alejado de la mano de Dios y no volver a saber de ella nunca más.

Es cierto que ahora mi soledad tiene buen sabor pero creo que cuando empiece a amargarme será momento de deshacerme de ella.

Por lo pronto en mis viajes abriré bien los ojos para saber en donde la dejaré y regresar allí cuando cumpla 74 años o la soledad me pese, lo que suceda primero.