MI PRIMER BESO

Creo que esa fue una de las grandes decisiones que he tomado en la vida.
Un amigo me dijo: “Dice Alfredo que te espera atrás de los talleres”. Le pedí a mi amigo el de los recados que me acompañara, anduvo conmigo unos pasos pero después dijo: “Yo ya me voy”, y me dejó ahí parada en seco sin saber qué hacer. Definitivamente pude haber decidido regresarme junto con él y olvidarme del tal Alfredo, pero decidí continuar caminando.

Ahí iba yo con mis piernas temblorosas pero avanzando.

Cuando llegué “atrás de los talleres”, estaba él sentado con la mirada fija en el pasto. Al acercarme se levantó y se me quedó viendo con sus ojotes verdes, me tomó de la mano y creo que me dijo que le gustaba, entonces se acercó a mí y yo apreté los labios como evitando ser usurpada. Él se apartó ligeramente y me dijo: “te da pena ¿verdad?” y yo asentí con la cabeza. “No, no te pongas nerviosa”- continúo- y entonces volvió a acercarse para plantarme despacito un beso. Sintió que temblaba: “tranquila, no pasa nada”.

Desde ese momento ya no recuerdo más palabras, ni sonidos, ni imágenes, únicamente sensaciones, las sensaciones que se pueden experimentar sólo con la inocencia de los 12 años o con el velo que cubre los ojos y la razón de los que aman. Sentía como que las tripas se me movían presurosamente; estaba débil, muy débil; había hormigas avanzando por todo mi cuerpo, de arriba a abajo y de abajo a arriba; el corazón bombeaba recio; se me hizo como un nudo en la garganta… Experimentaba algo nuevo, algo que nunca antes me había ocurrido: mi primer beso.

Recuerdo que después de ese día, me encontraba con gente besándose en la tele o en la calle y pensaba orgullosa y satisfecha: “yo ya sé lo que se siente”.

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