QUIETECITO, QUIETECITO.

Sentados en la banca de un parque ella y él permanecen juntos con el Sol del atardecer bañando sus rostros. Se besan apasionadamente y entonces ella le dice: "Quédate quieto, no te muevas, yo te beso pero tú no te muevas". Toma su rostro con las dos manos, lo besa quedo, despacio, apenas rozándolo, después lame sus delgados labios y le araña suavemente la cara, entonces él abre la boca e intenta besarla desesperadamente. "Qué no te muevas te dije"- dice ella- "Pero eso es muy cruel, no me puedo quedar quieto si me besas así"- responde él.

Resulta divertido ver cómo aquel pobre hombre es obligado a permanecer quieto mientras una boca, una lengua y dos manos realizan movimientos estratégicos que hacen hervir su sangre.

Ella fantaseaba en aquel entonces con usurpar la quietud del durmiente, con provocarlo, incitarlo, actuar como una fuerza externa que lo hiciera perder el equilibrio.

A veces es divertido jugar con marionetas de carne y hueso.

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