Que hay hombres que nacen póstumos,
que las recompensas vendrán después,
que se trabaja para cosechar y
que la vida ha de recompensar.
Son estribillos que aletean en mi cabeza, se me enciman como ecos del pasado y me aturden. Se repiten absurdos de atrás para adelante y justo cuando pienso que se han desvanecido, alguien o algo me los restrega en la cara.
Pero yo les pregunto: ¿Y qué si se renuncia a la cosecha? Si se trabaja sólo por destello; es decir, si como un niño con juguete nuevo se atiende ávidamente a lo novedoso y después, cuando ha pasado la euforia del primer encuentro, se le deshecha inmisericordemente.
¿Qué de los empecinados en trotar sin echar raíz?, ¿qué de los que se niegan a formar parte de algo?, ¿qué de los que soslayan las reglas en aras de la auténtica libertad?, ¿qué de los cadáveres en descomposición que todavía andan en dos patas y se reproducen sin la mínima intención de "ser hombres póstumos"?
Esos no aparecen en su absurda construcción lógica, y esos, son la mayoría de los seres humanos. Están en todas partes y aunque parecieran diferentes por sus ropas y su habla, el hedor de la deseperanza emana de todos, de todos en la oficina o el basurero.
¿Que la vida ha de recompensar? Sí, siempre y cuando le llamen recompensa al dolor y a la decepción.
...Después de todo creo que sí estamos de acuerdo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario