Carta desesperada

¡Ay chiquita! Te muestras fuerte e independiente, desarraigada y autosuficiente, vas sola a todas partes mientras otras andan en manada o con el novio, pasas horas sin pronunciar una palabra porque no hablas con nadie… porque nadie habla contigo.

¡Ay bonita! Te miras al espejo y te percatas que el tiempo ha pasado, ha venido a revolcarse en los silencios de tus miedos y ha dejado marcas de la historia: arrugas, ojos cansados, mirada triste, labios resecos, alma recelosa, manos expertas, manchas de sol, corazón adormilado.

¡Ay Chapitas! Si tan solo salieras de tu aura de amargura, si tus grandes ojos sirvieran para mirar lo que no concuerda con tu espíritu nihilista, si fueras un poco generosa y me dieras una limosna de tu cariño. Si prestaras un poquito de atención te darías cuenta de que existo, de que espero por tí todos los días, que tu indiferencia y egoísmo me laceran hondamente… que pretendo acercarme pero te alejas.

¡Ay mi niña! Ojalá me dejaras romper el cerco, abrazarte cuando lloras quedo, besarte cuando tu boca está seca, acariciar tu carita redonda cuando duermes triste, prestar oídos cuando hablas al aire, dormir contigo cuando tienes frío. Ojalá te dejaras querer tantito.

Pero no. Te concentras tanto en tí que todo lo demás se anula y valen sólo tus remordimientos, tus angustias, tus necesidades que según tú: "no le interesan al mundo porque hay cosas mucho más importantes. No deseo angustiar al otro con nimiedades".

¡Qué bondad tan maléfica la tuya!

Lo he pensado bien mi niña y sólo una oportunidad más pienso darte.

¡Qué ganas de hacer sufrir al que te ama!

No hay comentarios: