Remembranza Milagrosa 2

Cuando se es pequeño, cuando se tienen apenas tres años, se es conciente de pocas cosas. No está claro lo que representa peligro o lo que es seguro, tampoco se tienen muchas referencias de lo que es bueno o malo. Sin embargo, a los tres años, Kajirin tomó conciencia de una característica sumamente importante: se percató de su individualidad.

Y es que, mientras los otros niños jugaban, hablaban o jalaban bancas dentro del salón, ella estaba afuera lavándose los dientes y percibiendo su entorno. Eran "los otros", era "esa" pared, "aquel" garrafón de vidrio, era "esa" enorme mafalda pintada en la pared, eran "aquellas" personas en la calle. Eran "los otros", "aquello"... y era ella. Y "lo otro" sucediendo paralelamente a un lado, detrás, o de frente... mientras se lavaba los dientes. Así fue como se supo una más dentro de aquel plasma formado por criaturas, sensaciones y palabras.

Si este fue un descubimiento revelador, dos años después ocurriría algo que la marcaría para toda su vida y que le daría pistas para develar la condición humana. A los cinco años Kajirin aprendió a mentir.

Sus primas, su hermana y su mamá cantaban en la sala acompañadas por la guitarra de Pablo el vecino y ,aunque sabía que se divertían, prefirió ir al cuarto en donde estaba su papá. Él dormía y ella permaneció de pie junto a la cama como para velar su sueño. Lo miraba callada, quieta, mientras en su cabeza se formaba la idea de que no era justo que las otras se divirtieran mientras su papá estaba ahí solito. Entonces, algo en el ambiente, en esa escena, provocó que Kajirin empezara a llorar ahogada por un sentimiento parecido a la tristeza. Sintió que el corazón se le estrujaba al tiempo que sus oídos percibían los cantos y las risas en la sala y sus ojos veían la soledad en la que yacía su padre. El llanto se fue haciendo más y más grande y creció hasta despertar a aquel hombre que provocaba sus lagrimas.

Al darse cuenta de que despertaba, Kajirin intentó ocultar su rostro lloroso pero ya era tarde, su padre se había dado cuenta que lloraba:

— ¿Qué te pasó hija? ¿Por qué lloras?
— Es que se te despellejaron las manos.

Esa misma tarde su padre le había hecho una broma. Se había embadurnado la mano izquierda con resistol, para después, cuando se le secara, desprenderlo y hacerle creer a Kajirin que era la piel la que se le caía. Pero ella sabía que era resistol, que su papá intentaba engañarla y no la impresionó el truco. Sin embargo, al ver que la sorprendía en pleno llanto, le contestó eso y la mentira le salió tan natural que él le creyó. Kajirin ni siquiera dudó en responder, mintió como si lo hubiera estado haciendo por años y años.

— No, mira, es resistol ¿ves? Así se hace cuando se seca. No llores hija, no se me despellejaron las manos.

Ante esta demostración, Kajirin fingió sorpresa y alivio, hasta rió como para tranquilizar a la multitud de familiares que ya se habían arremolinado en torno a ella cuando se supo que lloraba. Así fue como aprendió a mentir.

1 comentario:

Adrián Santuario dijo...

Acerca de las mentirijillas

supongo que la cuestión no es si una deba, en todas la ocaciones, decir la verdad, sino que uno tiene la imperiosa obligación de ser veraz: si, apesar de las presiones por obrar de otro modo, hay que insistir en ser uno mismo...



uff....difícil esto....


abrazo.