SKRIABIN YEVGUÉNIEVICH (primera entrega)

Aunque no me lo preguntaran a mí me interesaba decirlo, hacerle saber al mundo que mi profesión era la de un bufón, algunos se echaban a reír y otros me daban la espalda con una cara de asco o algo parecido. ¿Qué si no sentía rabia? No, ya estoy acostumbrado a las ofensas; incluso creo que de entre todas las profesiones a mí me tocó la de hacerle saber a los demás que hay existencias más miserables que las de ellos: la mía, por ejemplo. Al verme, la gente se siente mejor porque ven en mí a un ser inferior que los hace parecer mínimamente más afortunados. Les digo que ese trato para mí es de lo más normal.

Pero no los convoqué para hablarles de mi profesión, no, ese es tema que espero poder comentarles a detalle en un futuro, porque causar lástima y repulsión tiene su ciencia. El motivo del fluir de mis palabras es uno mucho más complejo.

Verán, yo… he matado a un hombre… lo he matado a sangre fría y he huido como un cobarde. Lo digo y me estremece la lucidez con que declaro este hecho

No siento remordimiento y eso me sobrecoge porque quizá esté muerto y aún no me he dado cuenta, dicen que cuando uno muere sorpresivamente su alma cae en la cuenta tiempo después. Pero si estuviera muerto no me sobrecogería y, sobre todo, no sentiría esta insoportable sed. Como quisiera beber un poco de agua, aunque fuese de lluvia…

¡Ahhh!, perdonarán mi desvarío pero me ha dado una suerte de fiebre que me hace hilar mis pensamientos rizomáticamente. Pues bien, como les dije antes, he matado a un hombre.

Desde que salí de mi casa sentí un aire malsano, respiraba pero no sentía la satisfacción que dan un par de pulmones llenos hasta el tope, sino que ese aire me raspaba la garganta y lejos de refrescarme, me asfixiaba sutilmente. Con todo y ese aire malsano debía salir por la leña porque, como ustedes sabrán, los inviernos acá en la montaña son terribles. Se hielan los dedos y si uno no los mueve pueden congelarse y quebrarse como vidrio.

Así pues, cogí el hacha y la carretilla y me dirigí a la cúspide porque -perdonen pero me quedo sin saliva- cerca del valle no quedaba ya ni una mísera rama que ayudara. La subida fue pesada pero al cabo de un par de horas llegué poco más abajo de la cima. Vi varios troncos que me servían pero mis cortas manos me impidieron agarrarlos todos en un solo viaje y tuve que volver varias veces para llenar la carretilla. Avancé hacia otro paraje porque aunque ya estaba bastante pesada mi carga sabía que podía aguantar más.

Seguramente lo han experimentado: la angustia que desata un reto provocado por nosotros mismos y superior a nuestras fuerzas, así es el hombre, necio y estúpido por naturaleza, así actué yo hoy en la mañana, justo antes de calentar mis manos con ese fluido caliente rojo carmín.

No dudé en alejarme del camino para ver si podía encontrar más leña.

...To be continue.

1 comentario:

Geisha dijo...

Esta primer parte me recordó a Chaplin, debo decir que yo amo a ese hombre, desde el vagabundo mal vestido, con el toda la gente se sentía identificado, de ahí que adoremos a los mimos.
Pero sigamos a ver que sigue...